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Primos, Reyes y Santos ¿Sabes quiénes son?

canonización

Todos fuimos creados por Dios para ser santos. Dios quiere que todos se salven (1Tm 2,4)

Cuando la Iglesia Católica reconoce la santidad de una persona por medio del proceso de canonización, no beneficia en nada a los Santos que ya gozan de la visión beatífica (ven a Dios cara a cara) en el cielo, sino más bien es para bien de nosotros en la tierra ya que son ejemplo de cristianos que demostraron amor y fidelidad a Cristo y a su Iglesia y vivieron con virtud heroica, muchos de ellos también hasta el martirio. Estos ejemplos nos inspiran y también nos enseñan que se puede “vivir como Dios manda”.

También los santos interceden por nosotros. En virtud de que están en Cristo y gozan de sus bienes espirituales, los santos pueden interceder por nosotros. La intercesión nunca reemplaza la oración directa a Dios, quien puede conceder nuestros ruegos sin la mediación de los santos. Pero, como Padre, se complace en que sus hijos se ayuden y así participen de su amor. Dios ha querido constituirnos una gran familia, cada miembro haciendo el bien a su prójimo. Los bienes proceden de Dios pero los santos los comparten.

A Fernando y Luis se les exigió mucho y también se les dio mucho, vivieron en la misma época, con grandes retos familiares, políticos, militares y sobre todo de Fe. Luis y Fernando fueron primos, reyes y Santos. Conoce su historia aquí en Hazte Sentir.

San Fernando III Rey de Castilla y de León

Reinos: Castilla y León; Edad:52 años; Fiesta: 30 de Mayo

Orden religiosa: Tercera orden de San Francisco.

Familia: Casa de Borgoña.

Padres; Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla; Esposas: Beatriz de Suabia y Juana de Ponthieu; Hijos del primer matrimonio: Alfonso X, Fadrique, Fernando, Leonor, Berenguela, Enrique, Felipe, Sancho, Manuel y María. Hijos del segundo Matrimonio: Fernando, Leonor, Luis, Simón y Juan.

Fernando nació en 1198, fue hijo de don Alfonso IX, rey de León, y primo de San Luis IX, rey de Francia.

Más que el unión de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.

Unificó dinásticamente los reinos leonés y castellano, que permanecían divididos desde 1157, Durante su reinado fueron conquistados, en el marco de la Reconquista Cristiana, los reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y lo que quedaba del de Badajoz, cuya anexión había empezado Alfonso IX, lo que redujo el territorio ibérico en poder de los reinos musulmanes. Al finalizar el reinado de Fernando III, estos únicamente poseían en la Andalucía el reino de Niebla, Tejada y el reino de Granada, este último como feudo castellano.

De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.

Su nombre significa “bravo en la paz”.

Guerrero, poeta y músico, compuso cantigas, una de ellas dedicada a nuestra Señor. Se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres.

Antes de morir arrodillado ante la Santa Eucaristía dijo:

 “Señor: me diste reino que no tenía, y honra y poder que no merecí; dísteme vida, ésta no durable, cuanto fue tu voluntad. Señor, gracias te doy y te devuelvo el reino que me diste con aquel provecho que yo pude alcanzar y ofrézcote mi alma.”

San Fernando fue mortificado y penitente pero su gran proceso de santidad es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico.

Fernando III fue canonizado por el papa Clemente X en el año 1671. Lo sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, que la historia conoce con el nombre de Alfonso el Sabio.

San Luis Rey de Francia

Reino: Francia; Edad: 56 años; Fiesta: 25 de Agosto

Dinastía; Dinastía de los Capetos; Padre: Rey Luis VIII de Francia; Madre: Blanca de Castilla; Esposa: Margarita de Provenza

Hijos: Blanca, Isabel, Luis, Felipe, Juan, Juan-Tristán, Pedro, Blanca, Margarita, Roberto e Inés.

San Luis nace en Poissy el 25 de abril de 1214. A los doce años, tras la muerte de su padre -Luis VIII-, es coronado rey de los franceses bajo la regencia de su madre, Doña Blanca de Castilla, que lo educó cristianamente. En 1234 asume el gobierno, esforzándose sobre todo por establecer la justicia y la paz en su reino. En su vida personal se dedica a la oración, la penitencia y la caridad para con los pobres y desamparados, a quienes frecuentemente sienta a su mesa, lavándoles los pies y sirviéndoles él mismo, a imitación de Cristo.

En 1248, Luis IX parte hacia Tierra Santa para liberarla; pero es hecho prisionero. Tras el pago de un rescate, regresa a su reino e inicia grandes reformas, entre ellas la prohibición del duelo judiciario (o “duelo de Dios”). Funda hospitales y monasterios, y realiza su gran proyecto: la construcción de la “Sainte-Chapelle” como un santuario de luz y vidrio colorado destinado a acoger las reliquias, sobre todo la corona de espinas de Cristo, que adquirió del emperador de Constantinopla. Dona a su hermana, la beata Isabel, las tierras de Longchamp para construir una abadía para las monjas de Santa Clara.

El prestigio de París

Durante su reinado se vive un periodo de gran evolución cultural, intelectual y teológica. Luis dialoga con san Buenaventura y san Tomás de Aquino; y junto a su capellán, Robert de Sorbon, funda la Sorbona en 1257. Sigue con gran atención los trabajos finales de la catedral de Notre dame, en particular los rosetones y los pórticos. Así, París se convierte en la ciudad más prestigiosa de la cristiandad de Occidente gracias a su universidad, la Sainte-Chapelle y Notre-Dame.

La mayor preocupación política de Luis IX es pacificar y reconciliar a los enemigos y terminar con los conflictos, especialmente aquéllos entre Francia e Inglaterra. Desea también regresar a Tierra Santa y convertir al sultán de Egipto. Con este intento llegará hasta Cartago, actual Túnez; pero allí, soldados y nobles comienzan a caer víctimas de la peste. El propio rey Luis, que ayudaba a cuidar a los enfermos y los moribundos, fallece a causa de esta enfermedad el 25 de agosto del 1270.

No sorprende que su proceso de canonización inicie dos años después de su muerte, considerando los milagros y curaciones que se verifican ante su tumba. En 1297, tras una larga investigación, el Papa Bonifacio VIII eleva a los altares a Luis IX. El rey de Francia es uno de los primeros laicos en ser canonizado.

Justicia y paz

Luis IX se esforzó toda su vida para que reinasen la justicia y la paz, conjugando su vocación de cristiano y de hombre de Estado. Los soberanos de Europa lo buscaron por su sabiduría. Su sentido de la justicia y su amor a Dios y a los pobres han llegado hasta nosotros también mediante los símbolos con los cuales es representado: la cruz, la mano de la justicia y el cíngulo de los Terciarios franciscanos, de los cuales es el Santo Patrono.

Testamento Espiritual de San Luis a su hijo.

“Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.

Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal […]. Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.

Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino, mientras estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor con oración vocal o mental.

Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores. Obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas eclesiásticas y religiosas.

Sé devoto y obediente a nuestra madre, la Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.

Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la Santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén.”

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